martes, 4 de octubre de 2016

Capítulo 26: Capítulo 71 (conteo general):“El secreto del fondo de la poza”


Recorrimos todo el borde la isla hasta llegar al árbol hechizado. Nos quedamos contemplándolo. La goa seguía cayendo, como siempre. Continuamos caminando por el bode, que, en esa zona era muy angosto y…

— ¡Ahghghghghghhg!!—un grito.
— ¿Qué te dio?

— ¡_____ (TN) no quiero estar aquí!—entonces pude ver la causa del grito de María—Esta isla está llena de animales salvajes y de insectos…

—María, es solo un borriguero y está más asustado que tú. ¡Míralo! Lo alumbré con mi súper foco de nueve leds. Estaba sobre el tronco del árbol hechizado, súper aterrorizado por mi súper foco. ¡Hasta yo le veía la carótida saltársele en el pecho!

— ¡No me importa es, es asqueroso!
—Oye, pobrecito… ¡Lo ofendiste, María!

—María empezó a sollozar justo debajo del árbol hechizado—Oye, aunque seas tica sabes muy bien que en _____ (TP) ningún animal es salvaje—María sonrió.
—No se supone que debemos estar buscado leña?

—Sí—. Le contesté—. Ve tú por ese lado y yo por este—le señalé.
María continuó adelante, pasando debajo del árbol hechizado, y entonces… ¡splash!
—Iu, ¡Qué asco! Huelo a orine—gritó María. Entonces ya sabíamos cuál era el truco del árbol hechizado. Se lo dije a María cuando fui corriendo a verla. Casi rompo en carcajadas.

— ¡Oh, por Dios, Mari! Al menos ya sabemos cuál era la magia de este árbol—Saqué mi teléfono y le tomé una foto— ¡Ni te atrevas!—gritó María.

—No la voy a publicar en internet. Solo se la voy a mandar a Rocky. Ah, o tal vez mejor a Ryland—sonreí descaradamente. María salió toda orinada y me persiguió hasta llegar al campamento, mientras yo recogía algo de leña; eso era lo que teníamos que hacer.

Después de la carrera tuvo que ayudar a María a alumbrarla mientras se bañaba y se vestía; entonces pudimos volver al campamento. Era hora de ahumarnos con el fogón.

Como la noche anterior, traje mi guitarra y me puse a tocar; pero no en el fogón, sino debajo de un árbol, muy cómodamente sentada en una hamaca. María se me acercó con su toalla mojada y la colgó en una rama del árbol donde estaba la hamaca.

—_____ (TN) —preguntó tímidamente—quiero que cambiemos de lugar. Voy a dormir en la carpa y tú puedes dormir en la hamaca.
— ¿Por qué quieres dormir en la carpa? Anoche yo no dormí en la carpa, dormí afuera en esa colchoneta que ves afuera. Si duermes en la carpa, te vas a morir de calor.

—Es que no soporto los mosquitos.
—Mari, en el mar no hay mosquitos.
— ¿Entonces qué es esto?—me mostró unas ronchitas que tenía en las muñecas y en los muslos. Para mí parecían alergias.

—Debe ser alguna alergia—le dije—, porque picadas de mosquitos no son. Ya mañana nos regresamos. A puesto a que no será nada grave—la tranquilicé—Duerme con la mitad del mosquitero abierta y las dos puertas recogidas—agregué.

Seguí practicando unos acordes al azar, recordando la canción que había compuesto junto a Rocky… ¿Cuánto tiempo ha pasado desde su partida? Ya quiero que sea Navidad.
Busqué en mi teléfono para ver el calendario. Ya estábamos a 18 de diciembre y Rocky vendría el 23 por la noche. Ya solo faltaban 5 días. La cuenta regresiva ya había empezado.

*          *         *

A la mañana siguiente encontré a María durmiendo tirada en la playa. Yo había tenido una noche muy placentera en la hamaca de María, abrazada a Ross—mi guitarra—, mientras que María amaneció tirada en la playa.

— ¿María, qué te pasó?—No respondió—. ¡María, María!—No se movía.
Fui junto a ella y le di vuelta.
—María, despierta—le toqué el hombro.

—MMM!!—chilló de repente. Se levantó— ¡Al fin había podido dormir y tú vienes a despertarme!
— ¿Cómo vas a dormir encima de las rocas? Allá está la colchoneta—la ayudé a levantarse y acomodarse.

—Fue una noche terrible—dijo, mientras yo me acostaba a su lado, mirando de nuevo el cielo color naranja-piña.
—Te hubieras quedado en la hamaca.

—Creí que la marea iba a subir hasta acá.
—Cuando la marea sube no hay nada que la pueda parar. Excepto la luna. Ya está entrando cuarto creciente-

— ¿Cuándo es que crece más la marea?—preguntó curiosa.
—En luna nueva—respondí.
— ¡Estamos en luna nueva!—Se alarmó.

—En realidad estamos en creciente. ¿No viste la luna anoche?
—La verdad es que no. Yo solo quería dormir.

—Bueno, ya casi se completa el cuarto. Además solo en marzo llega a la marca más alta. Por ahora solo llega hasta ahí en alta—señalé el bajón que había a los pies de la carpa.
Lentamente la marea comenzó a descender y el fogón todavía estaba andando. Necesitábamos más leña. Y por lo que sucedió la noche anterior, María pidió cambiar con Ana. La loca y yo fuimos a buscar leña y volvimos más rápido que ligero, cargadas de ramas secas.

Era nuestro último día en el mar. Los pescadores iban a recoger sus últimas redes y antes del mediodía comenzaríamos a desmontar nuestro campamento. Todavía había tiempo para disfrutar.

Las chicas y yo fuimos al otro lado de la isla, donde encontramos un llano para practicar voleibol. Pero estábamos un poco aburridas de este voleibol en medio del bosque, así que decidimos jugarlo dentro del agua. En realidad lo decidimos por accidente.

Solo somos tres, así que jugábamos una versión mezclada de voleibol y bobito. 

Estábamos jugando y yo lancé mal la pelota. La debía atrapar Ana, porque María estaba en medio de nosotras dos. Lancé mal la pelota y esta se fue de lado. Ana fue corriendo a buscarla, antes que María la agarrase y tuvieran que cambiar de puesto (porque así es el juego: el del medio debe tratar como pueda para tomar la bola, y cuando lo hace, el jugador del extremo que no la atrapó, cambia y se va al centro).

Estábamos jugando a un lado del mar—de una entrada de agua, en realidad—y había un arbusto muy alto que nos separaba del agua. María fue más rápida y más arrecha que Ana. No buscó por dónde meterse; simplemente me tiró de boca, atravesó el arbusto y oímos cómo caía al agua. María ya había ganado el puesto de Ana.

Ana y yo nos miramos las caras. En el rostro de Ana se dibujó una expresión a punto de morirse de la risa. Jamás he entendido cómo ella se puede partir de la risa en una situación así. Yo solo puse una expresión de asombro por lo que había hecho María. Esa parte de ella yo no la conocía.

— ¿Mari, estás bien?
—Sí. El agua está dulce. Vengan.

Ana puso cara extrañada.

— ¿Cómo que el agua está dulce, si estamos en el mar y en una isla?
—Pero el agua está dulce—le respondió María.
—No te creo—siguió escéptica Ana.

—Ay Ana—la regañé.

— ¡¿No me crees?!—se sobresaltó María y oímos el agua chapotear violentamente (porque no la podíamos ver porque el arbusto lo impedía, así que sola la escuchábamos).
—Ven aquí y compruébalo tú misma.

Apenas Ana oyó el reto comenzó a buscar un agujero por donde entrar, pues no se iba a tirar por donde se tiró María. Yo estaba detrás de ella, pues también quería bajar y comprobar si el agua era dulce.

Ana consiguió un agujero y por ahí descendimos las dos. ¿Coincidencia que las tres estábamos jugando en traje de baño?

Ana se tiró al agua y me mojó toda. El agua estaba fría, me dejó helada. Pude ver que era muy profundo. Pero igualmente me lancé yo.

El agua que me había tirado Ana no estaba fría, estaba apenas tibia en comparación con el agua de la fosa, la cual creo que era un ojo de agua. Quedó comprobado que sí era agua dulce. Lo extraño era que el agua estaba helada. ¿Cómo podría ser eso?, si ahí le pegaba el sol y ya eran más de las diez de la mañana. Esa agua no podía estar helada.

— ¿María, no sientes frío?—le pregunté.
—Sí, un poco—respondió—. Salgamos de aquí.
— ¿Por qué?—se extrañó Ana—el agua está muy buena.

— ¡¡Pero tenemos frío!!—exclamó María.
— ¡Sí! Y a mí me da miedo no dar pie aquí. ¿Esto qué es? ¿Un lago?
—No, es muy pequeño para ser un lago—respondió Ana, la que todo lo sabe.

En efecto era muy pequeño. Yo diría que tenía menos de 50 m2. Estaba como en un hueco, pues había un desnivel entre el suelo y la superficie del agua. Había maleza por toda la orilla. No había follaje que nos cubriese, pues los árboles terminaban como a medio metro antes del borde, y no había raíz alguna ni a orillas del pozo ni dentro de él. Tampoco había ninguna forma de vida—que podamos ver con los ojos—dentro del lago, aparte de nosotras, claro. La fosa parecía artificial por todo aquello.

Había algo que me incomodaba sobre el hecho de que pareciese artificial, y es que no sabía qué tan profundo era el pozo; el agua estaba helada y se veía como verde.

— ¿Entonces qué es esto?—volví a preguntar
—Yo digo que es una ciénaga—dijo Ana.

—Pero las ciénagas son como pantanosas y siempre tiene como vegetación alrededor. Aquí la vegetación está lejos y no hay follaje que nos cubra. Si un helicóptero pasase por aquí, nos vería clarito.

—Yo digo que es un ojo de agua—propuso María.
—No creo, ¿por qué no hay vida acuática aquí? En los ojos de agua siempre hay camarones de agua.

— ¿¿Camarones??—se rio Ana.

—Sí. ¿Tú nunca has visto los camarones criollos? Cuando se hace una construcción en un terreno entre un río y una elevación como el cerro detrás de mi casa, hay grandes posibilidades de encontrar ojos de agua. Y cuando al hacer lo cimientos cavan y se encuentran con un ojo de agua, se pueden observar cómo salen los camarones por los agujeros que se forman en las paredes de tierra.

— ¿Entonces dices que hay camarones en los depósitos de agua subterráneos, o sea, debajo de la tierra?—preguntó María.

—sí, por su puesto. Todos los depósitos de agua deben de tener vida acuática, sino se vuelven pantanos. Cuando no hay seres vivos que respiren oxígeno y continúen con el ciclo del oxígeno, las aguas se pudren al perder su oxígeno y se vuelven pantanosas.

—Pero si aquí no hay formas de vida, ¿por qué el agua se ve así?

Medité esa pregunta. Miré en el centro de la poza y vi la mancha verde que yo veía desde antes de meterme ahí. Me llamó mucho la atención. ¿Cuán profunda será esta poza?

—Ana, ¿te atreves a sumergirte hasta dar pie?

—Claro.

Ana tomó aire y se sumergió. Vimos sus manos desaparecer de nuestra vista, bajo el agua, por lo que supimos que tenía más de tres metros de profundidad.
Pasó un minuto y yoya me estaba preocupando.

— ____ (TN), tengo frío. Salgamos de aquí—me dijo María.
—No podemos si Ana no vuelve.


Pasó medio minuto más. Mi cara quedó congelada. Sentí un frío tan espantoso en mi pierna izquierda que oyeron mis gritos en la ciudad. Una mano de muerto, y algas que las sentí en mi pierna, me helaron por completo. ¡¡El secreto del fondo de la poza me iba a matar!!

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Como lo prometido es deuda, aquí está el siguiente capítulo. Admito que se me olvidó por completo subir este capítulo. Estuve muy ocupada estas semanas y hasta ayer fue que me acordé. Este año me gradúo, así no se imaginan cómo es todo tan estresante... Pero gracias a que hoy es el día de San Francisco de Asís y mi colegio de monjas franciscanas, nos dieron el día libre .
Como sea, espero que disfruten este capítulo y haré todo lo que puede para subir el siguiente capítulo antes de que acabe el mes.
nos vemos la próxima!!