Pero
Rocky no se quiso conformar “no ver mi cara nunca más”. Comenzó a intentar
escabullirse en el refugio de la vergüenza que había creado para mi cara.
Sentí un dolor terrible en el
abdomen como si me estuviera partiendo desde adentro.
Los
dedos de Rocky levantaron cada mechón de mi cabello como si fueran vigas de
acero y así, poco a poco, fue descubriendo mi rostro que, aun así seguía oculto
entre mis brazos.
El dolor tan punzante se volvía aún
más punzante. Al punto de casi gritar de dolor.
Rocky por fin descubrió mi cara y la
halló empapada en lágrimas.
-
¿Qué pasa, Cariño? ¿Por qué lloras?
El dolor que yo sentía por dentro era tan grande que no sabía
si llorar, gritar, gemir o reírme—a veces reírse del dolor ayuda a que no se
sienta tan doloroso—de él. No sabía cómo expresarlo, no sabía cómo decirle a
Rocky que me dolía algo. No sabía ni qué era lo que me dolía. Aunque quisiera
demasiado a Rocky, quería, en ese momento, que él sintiera el mismo dolor que
yo estaba sintiendo. Tal vez ésa era la única forma que yo tenía de comunicarle
lo que yo estaba sintiendo en ese momento.
Rocky me levantó, se sentó y me abrazó con fuerza, apegándome
a su pecho desnudo. Estando cerca de él sentí su perfume; esa fragancia que lo
caracteriza únicamente a él; esa fragancia que me dice que estoy con el hombre
correcto. Esa fragancia hizo que llegara más oxígeno a mi cerebro y me puse a
pensar qué era ese dolor que tanto me mataba. Entonces un calendario llegó a mi
mente; le pregunté entonces a Rocky:
-
¿Amor, qué fecha es hoy?
Rocky, admirado porque había dejado de llorar,
repentinamente, solo para preguntarle la fecha, (¿??) tomó su teléfono que
estaba en la mesa de noche cerca de mi cama y lo encendió. Pude ver su cara
iluminada por la luz del teléfono, luego de verlo un segundo, volvió a dejarlo
en la mesa de noche y me miró de nuevo, respondiendo a mi pregunta:
-
Hoy es jueves 23 de octubre de 2014.
¿Será verdad? ¿Cómo es que no a acordé que era ese día?
Entonces recordé que, la mañana
anterior—porque ya era de madrugada del día siguiente 23—, cuando me desperté,
había sonado mi recordatorio, recordándome que era probable que ese día me
bajara la regla; sin embargo ésta me llegó casi 24 horas después. Para no tener
un período totalmente regular eso fue bastante ***acertivo***.
No le dije a Rocky las cosas directamente como eran. Solo le
dije que me esperara ahí un momento y que no encendiera la luz. Increíblemente,
ahora que sabía que esos terribles dolores eran solo unos cólicos, éstos se
sentían menos fuerte.
Fui a mi armario a buscar lo necesario para ir de “paseo” al
baño. Cuando lo tuve, me fui a pasear, y dejé a Rocky sin poder entender ni lo
por qué no debía encender la luz.
En el baño me cambié la ropa interior y me puse una toalla
sanitaria. Por suerte no había tenido mucho flujo. Probablemente había
comenzado a sangrar unas cinco horas antes, pero no parecía haber sangrado
mucho. Ya cambiada, sufrí un ataque de curiosidad fui a la cocina a satisfacer mis ansías de
saber. Estuve trasteando entre no-sé-qué-cosas-de-mi-cocina y apareció Rocky en
el marco de la puerta, de repente. Al principio sí noté su presencia, pero
estaba concentrada en eso que estaba buscando, que no lo vi más que por el
rabillo del ojo y dándole pequeñas miradas que no llegaron ni a durar un
segundo cada una. Luego de un rato él y “saludo”, diciendo:
-
¿Qué haces, Mi
Amor?
-
Busco algo—le contesté.
Rocky se acercó a mí y me abrazó por detrás,
imposibilitándome agacharme para buscar en las estanterías que están por debajo
de los muebles, y besándome en los hombros; mientras me decía: “Babe, no crees que es muy temprano para estar en la
cocina. ¡Apenas son las cinco!”
Me escapé de sus brazos para mirarlo de frente y dije,
exasperada: “¡Más bien es súper tarde! Mi padre se
levantará en cualquier momento. ¿Tienes alguna idea de donde está la ‘pastilla’
esa que Ana, María y Rydel me han dado desde que enfermé?” Rocky señaló
arriba de la refrigeradora como si fuera lo más obvio del mundo, y secundó con
palabras: “Encima de la refrigeradora”.
¡Claro! Encima de la refri. ¿Cómo no se me ocurrió eso
antes?, dije en mi mente, por la velocidad con la que me movilicé hasta al
frente de la refrigeradora que no puede decir eso en voz alta. Estiré mi mano
para tomar la enorme cesta de medicamentos que hay arriba de la refrigeradora
(o frigorífico, o heladera, o nevera) y la puse sobre la mesa de amasar.
Entonces tuve que requerir de la ayuda de Rocky para encontrar las pastillas
que yo estaba tomando. Las pastillas estaban en un sobre con la fecha de aquel
lunes, hace no sé cuántas semanas, en que María y mi mamá me llevaron a la
clínica y también compraron las pastillas que el médico dizque que había
recetado.
Saqué una tableta de seis pastillas y leí las letritas micro minuscópicas
(de minúsculas y microscópicas) de la parte de atrás. Rocky se hizo detrás de
mí e intentó seguirme la lectura por encima de mi hombro, pero no pudo porque
las letras estaban minusválidas. Entre las letritas de atrás encontré lo que
necesitaba saber.
-
¡Ajá!—exclamé.
-
¿Qué pasa?—se cuestionó Rocky.
-
Éstas son pastillas anticonceptivas. —Al
decir eso Rocky me miró tratando de procesar la situación y lo que significa
que yo haya estado tomando pastillas
anticonceptivas—Los componentes que tienen estas pastillas las hacen
analgésicas. Y ése era el objetivo, ayudarme a aliviar la cefalea y la jaqueca
producidas por la fiebre alta. Pero estos componentes también tienen funciones
anticonceptivas y regulan el flujo menstrual lo cual hace que se conviertan en
pastillas anticonceptivas, porque ellas tienen esa doble función.
Rocky se quedó unos segundos pensativo. Luego puso su mano en
mi cintura y me sonrió pareciendo muy natural, fingiendo que no le afectaba que
yo hubiese tomado pastillas anticonceptivas sin saberlo; él estaba pensando ir
directamente a la cama conmigo.
Miré a Rocky tratando de leer sus pensamientos. Tan pronto
como escuché lo que quería hacer conmigo, me llevé una mano a la sien
correspondiente y caminé en dirección a mi habitación, dándole la espalda a
Rocky. Él me persiguió y yo le respondí a todas sus súplicas de que lo viera al
rostro: “¿Apagaste la luz?” Él respondió que
no y yo le dije entonces que la apagara. Entonces le dejé seguirme hasta le
cuarto.
-
¿Y cómo fue—me comenzó preguntando Rocky
cuando estábamos entrando en la mi habitación—que se te ocurrió que esas
pastillas podrían ser anticonceptivos, porque…?—Rocky no terminó de hablar
porque yo lo corté sabiendo exactamente a qué se refería él; no necesitaba que
me explicara todo, yo ya le había comprendido.
-
¿Tú por qué crees que puede ser que se
me haya ocurrido eso?—Ya estábamos en la cama y yo ya me estaba acostando.
Rocky se quitó los pantalones antes de acostarse y me dijo
que tenía mucho calor. Lo cual era pura mentira porque a las cinco de la mañana
ya comienza a hacer frío. Entonces Rocky se acostó a mi lado y me observó. Me
di cuenta de eso y lo abofeteé por intentar pasarse. Pero él no quiso quedarse
con las ganas: me abrazó y me apegó a sí casi sin darme oportunidad de
respirar. Entonces le dije:
-
Sabes por qué supuse eso—. Rocky me
soltó y yo me senté encima de él, de modo que ambos formáramos dos ángulos
rectos. —Sabes perfectamente a qué me refería—Me acosté a su lado y dándole la
espalda.
Entonces Rocky comprendió a qué me refería y prefirió que no
lo hiciéramos esa madrugada. Igual me abrazó por detrás intentando relajarme—porque
estaba algo estresada desde que pasó el sismo—y así nos dormimos.
* * *
Fue muy raro para mí dormirme a las cinco y cuarto de la
mañana. Normalmente a esa hora debo de estar repasando en mi mente todas las
asignaciones que tengo para ese día; después de ya haberme aseado y vestido.
Sin embargo yo estaba “de vacaciones”, y eso me da derecho a tener horarios
desordenados. Pero pasando por encima de todo eso, mi cuerpo sentía que debía
levantarme ese día temprano. De hecho, por un estúpido cólico que tuve cerca de
las siete de la mañana me desperté. Para ese momento ya se había pasado el
efecto de la pastillas que me había tomado hace no sé cuánto tiempo atrás y
obviamente por eso sí sentí el dolor.
Entonces salí de la cama, con cuidado de que Rocky no se despertara
mientras yo salía del enorme abrazo de oso en el que estaba. Fue muy exitosa mi
maniobra, porque incluso cuando ya estaba de pie frente a la cama, Rocky seguía
durmiendo como un bebé y abrazado a un oso de peluche que yo tenía en mi
cama—estos animales son muy útiles en estos casos—, de modo que yo pude irme
tranquilamente.
Salí de la habitación, pasé a la cocina y tomé otra de esas
pastillas que recién nos habíamos dado cuenta eran anticonceptivas, me puse una
sudadera y saqué mi balón de baloncesto. No era mi deporte favorito, pero era
más fácil jugar baloncesto solo que jugar fútbol o voleibol.
Salí de mi casa sin desayunar y sin darme cuenta de eso.
Empecé a trotar desde que salí de mi casa hasta que llegué a la cancha de
baloncesto que estaba en el parque del centro de la villa. Y ahí me quedé por
un tiempo indefinido; porque no miré el reloj cuando salí de casa y tampoco
cargaba uno conmigo. Tampoco conté cuántas vueltas a la cancha hice, ni cuántas
veces encesté el balón y cuántas no. Solo sé que justo cuando estaba en un
momento de frustración, porque ya llevaba más de siete veces seguidas que no
encestaba, llegó Rocky; me saludó y jugó conmigo durante otra rato indefinido.
Cuando él llegó, lo primero que me dijo fue esto:
-
Por un momento creí que te habías
convertido en oso de peluche.
A lo que yo le respondí:
-
¿En serio? ¿Entonces qué prefieres
abrazar: un oso de peluche o a mí?
Rocky se acercó a mí, tomó mis manos frías, levantó mi
quijada—para no lastimarla, por la diferencia de estatura—y me abrazó como
abraza a un oso de peluche. Sentí su perfume impregnarse en mi ropa; se sintió
delicioso.
En un momento Rocky dejó de presionarme contra su pecho, tomó
el balón y aprovechó mi desconcierto para anotar un punto en contra mía. Y así
pasamos hasta que el sol comenzó a calentar más fuertemente. Eso es entre las
8:15 y las 9.
Pasado nuestro tiempo ambos volvimos a mi casa y ahí nos
encontramos un regaño de María. Ella se parecía más a mi abuela que a ella
misma. Ana y mi hermano había ido al colegio; mis padres estaban trabajando y
no sé de dónde salió ella. Como digo, no tengo conciencia de cuánta gente vive
en mi casa. A veces somos cuatro, otras, cinco; otras, seis; otras, siete, y
otras veces están todos los Lynches y toda mi familia en mi misma casa.
-
A ver, _____ (TN), yo estoy aquí
haciéndote desayuno para que comas, no estoy yendo a clases porque quiero que
estés bien, que te recuperes; y tú
pierdes la mañana con este bastardo…
Fue una suerte que Rocky no escuchara eso. Si lo hubiera escuchado,
las cosas no hubieran sido tan hermosas como lo fueron. Bueno, estoy mintiendo;
no fueron muy hermosas.
Después de que calmamos a María, y desayunáramos, le pedí a
la María que me dejara hacer mi tarea de matemáticas. Ella aceptó, pero solo
porque Rocky accedió a irse. Mi apuro por hacer los problemas de matemáticas
tenía una razón, y no era que me gustaba el viejo que salía en la portada del
libro, sino porque tenía planes para hacer con Rocky. Él no lo sabía, pero
dadas las circunstancias; no creí que hubiera alguna razón por la cual él me
dijera que no. Nadie me dice a mí que no.
Me senté frente al escritorio, abrí el libro y me mareé con
tan solo ver los pequeños numeritos. Entonces recordé que los números de los
ejercicios no los conocía, y estaban en una foto que me envió Ana a través de
WhatsApp. Busqué en mi teléfono y una vez que hube leído los números de
ejercicios en el móvil, los marqué en mi libro de álgebra. Entonces comencé con
los ejercicios de álgebra. UFFFFF qué agotador. En muy poco tiempo ya me dolía
el cuello.
No recuerdo cuántos ejercicios ni mucho menos cuántos
problemas eran en total, pero sí recuerdo que en la foto que me envió Ana decía
básicamente esto: “haz todo el capítulo XXVI”.
Casi llegando al último ejercicio del capítulo, escuché que
alguien tocaba a mi puerta. Creo que supuse quién era, pero no me atreví a
apostar ni en mi mente. Pregunté quién era, en español, y recibí una respuesta
justa en inglés a la pregunta que hice. Mi apuesta no hecha había sido ganada:
era Rocky.
Mi respuesta fue un poco tonta y muy merecedora de cualquier
alteración por parte de Rocky hacia mí:
-
Rocky, no interrumpas. Estoy en medio de
una cita.
-
¡¿QUÉ?! ¡¿CÓMO QUE ESTÁS EN MEDIO DE UNA
CITA?!—gritó desesperado Rocky.
-
Sí, estoy en medio de una cita.
Rocky abrió la puerta de mi cuarto—a pesar de que tenía
seguro, supongo que tenía la llave de mi cuarto a mano—e irrumpió en mi
habitación como Pedro por su casa.
Rocky me miró con cara de habla
ahora o terminamos en este instante. Yo tenía confianza en mí misma y en lo
que estaba haciendo, por eso no estaba asustada por la cara de Rocky; aunque
creo que mi cara si decía que yo estaba asustada.
-
¿Y bien? Estoy esperando una
explicación—Rocky estaba parado totalmente erguido, tan erguido que me
intimidaba. Tenía un semblante totalmente serio, sin ni un resquicio por donde
se escapase alguna muestra de que alguna vez, en toda su vida, había sonreído
con esos mismos labios. Además sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, de
forma que parecía mucho más temible que mi padre—Te estoy dando una
oportunidad, fuera otro, no te daría tiempo de explicar y te terminaría de una
vez. ¿vas a hablar?
En ese punto sí sentí mucho miedo—o más bien temor—de que en
ese momento nuestro “noviazgo” hubiera terminado.
-
Rocky, —tomé el libro de álgebra y lo
levanté a la altura de mi cara—ésta es mi cita—señalé la portada del libro.
-
¡¿Es en serio?!—exclamó Rocky, bufando.
— ¿Prefieres a un viejo con traje musulmán antes que a mí, que soy un gringo,
casi rubio y guapo?... Con razón que te vestiste como
musulmana la otra vez.
-
Oye, eso no tiene nada que ver—le dije—.
Además me refería a que estaba estudiando, o sea: teniendo una cita con el
libro; no que estaba saliendo con el viejo barbudo que aparece en la portada.
¡Eso ni siquiera tiene sentido ni lógica!—comencé a exasperarme— ¡Además no era
para que te pusieras así, tan celoso!
-
Tú eres la que se está poniendo así. —se acercó a mí, dejando a un lado
su semblante serio—Yo solo quiero protegerte, quiero cuidarte. Sé que es
egoísta, pero te quiero toda para mí. No quiero compartirte ni con el libro de
álgebra.
-
Rocky… —puse mi mano en su mejilla y lo
acaricié tiernamente— ¡Eres muy tierno! Y me alaga que me quieras tanto.
Me acerqué a Rocky y lo besé tiernamente en los labios. Nos
dimos pequeños besitos mutuamente y creo que hasta quisimos llegar un poco más
lejos. Pero, esta vez, Rocky nos detuvo. Me miró fijamente y me tomó de la
cintura. Me sonrió detenidamente mientras me observaba con delicadeza. Quise
decir algo, porque no comprendía nada de lo que estaba pasando, pero nada salía
de mi boca; ni siquiera era capaz de elaborar una frase coherente en mi mente.
No recuerdo en qué momento perdimos la conexión y simplemente
cada quien se fue por su lado: Rocky volvió a ensayar con R5 y yo terminé, no
muy felizmente mi cita con el álgebra.
El cielo se nubló tan negramente que creí que ya había
empezado la temporada de huracanes; lo cual solo significaría una cosa: no
podríamos salir de casa por cinco días o más. Pero ya estábamos acostumbrados a
las temporadas de Huracanes. Esas nubes me decían algo más que simplemente vendrá una tormenta. Era, más bien, un
indicador de que algo muy grave en nuestras vidas iba a suceder.
Normalmente cuando las nubes negras pueblan el cielo azul de
____ (TC) es porque ya son pasadas las tres de la tarde. Sin embargo en esos
tiempos podían ser tanto las 7 de la noche, como el mediodía; con el mismo
clima.
Me rodé por la cama y logré alcanzar mi celular, que estaba
en la mesita de noche. Necesitaba saber dos cosas muy importantes: ¿Qué día /
fecha es hoy? Y ¿qué hora es? Presioné el botón de encendido del teléfono y
éste se encendió. Entonces leí: Jueves 23
de octubre de 2014. 4:58 p.m. Todavía tenía tiempo para ir a ver a Rocky.
Necesitaba verlo. Sentía que algo estaba pasando, pero no me acordaba qué era.
¡La duda me tenía volviéndome loca! ¡No sabía qué hacer; estaba desesperada!
Solo sabía una cosa: debía estar en casa de Rocky lo más pronto posible.
Probablemente el cielo se caería, o hubiera un apocalipsis zombi; solo
necesitaba estar con él.
Salí corriendo de mi casa. ¡Hasta olvidé llevar un jacket!,
porque ya estaba comenzando a hacer frío, y a correr brisa fría (obviamente
vendría el atardecer tormentoso, con lluvia y con brisa). En el camino, hasta
la casa de los Lynch, recordé cuál era ese acontecimiento tan grande que me
impedía quedarme en casa esa tarde: Rocky se iría al día siguiente.
Teniendo eso en mi pensamiento, llegué a casa de Rocky y
toqué el timbre. Escuché unos pasos de unos rapidísimos pies. Posiblemente unos
pasos de Jazz, pero más rápidos que los pasos de Jazz de Riker, por lo que
obviamente debía ser Rydel. Pero esto no lo pensé en el momento—es que las
manos fueron tan rápidas como los pies en abrir la puerta—. En ese momento solo
me quedé perpleja por el ritmo en que esos pies sonaban; sería una buena
canción. Las intrépidas manos de Rydel abrieron el portón, algo temblorosas;
pero no por miedo o por temor, sino por ansiedad. Parecía que estaban esperando
mi llegada.
Entré en casa de los Lynch, después de salir del enorme
abrazo que Rydel me dio en toda la puerta. Todo se veía muy tranquilo y
perfecto; me hubiera gustado vivir en esa casa desde siempre. Además, se veía
muy diferente. La primera y última vez que estuve en esa casa, no me tomé el
tiempo para observar lo hermoso de la decoración interior de la casa. Por fuera
parecía una casa japonesa contemporánea, o sea, que ocupa poco espacio, pero
que es alta—ésta tenía cuatro pisos—; en otras palabras: parecía un cartón de
leche. Y por dentro tenía una decoración demasiado mediterránea. Tan
mediterránea, que no me molestaba.
-
¿___________ (TN)?
Escuché que alguien pronunciaba mi nombre. Me volví hacia
donde—según creí—procedía el sonido. Pero ahí solo estaba Rydel, y no había
sido la voz de Rydel la que escuché. Era una voz de varón; de eso no tenía
duda.
Rydel estaba haciendo un gesto un poco complicado de
entender. De hecho cuando noté que ella no se había movido después de varios
segundos, fue cuando noté que ella me estaba haciendo una señal; estaba
señalando hacia algún lugar a su derecha. Pero luego me pareció que en realidad
estaba señalando a su derecha y hacia arriba a la vez. Mirando más
detenidamente el gesto que estaba haciendo con sus manos y sus caderas, a la
manera latina, logré descubrir que ella estaba señalando a algún lugar hacia la derecha, hacia arriba, pero hacia al frente del
lado derecho de la casa. Es complicado de explicar, pero te diré esto para
que no te desorientes: detrás de mí y hacia mi izquierda (derecha de Rydel)
estaban las escaleras que suben a la segunda planta, hacia allí estaba
señalando Rydel; allí justamente estaba la figura que había dicho mi nombre,
que en ese momento se encontraba bajando las escaleras despacio.
Poco a poco, la figura, fue saliendo de la penumbra y reveló
su rostro. Sentí miedo y volteé a mirar a Rydel, pero ya no estaba ahí. En el
siguiente segundo volví a mirar hacia donde estaba la figura. Pero esta ya no
estaba en las escaleras. Estaba más
bien invadiendo mi espacio personal, y acariciando mi mejilla de la misma forma
que acaricié la suya, unas horas atrás. Sentí mariposas, hormigas y abejas
dentro de mi estómago; también estaban Adán y Eva ahí dentro—no sé ni qué
hacían esos dos ahí—; sentí muchas otras cosas más, imposibles de describir.
Pero había un sentimiento más que sí era posible describir: la culpabilidad. ¿Culpabilidad por qué? Yo también me hice esa pregunta. Pero ya era
tarde para preguntármelo: ya había agachado la cabeza y ni sabía por qué. Creo
que tenía que ver con lo que sucedió en mi casa hace un rato. ¿Estaría Rocky
enojado conmigo porque quise pasarme un
poquito con los besitos? Gazel Grace, en Bajo la misma estrella, se preguntó lo mismo, y expresó algo así:
“No es propio de las chicas pedir eso”. Mi problema fue que, por bajar la
cabeza y quedarme desubicada pensando en eso, estaba haciendo lo mismo que me
hizo Rocky cuando quise pasarme. Pero en esta situación Rocky se estaría
enojando de nuevo conmigo. Creí haberme dicho que jamás complacería a un chico
a menos que eso me complazca a mí también.
-
¿_____ (TN)?—me llamó Rocky.
-
¿Sí, mi amor?—intenté
apaciguarlo un poco.
-
Mañana me voy—dijo Rocky, intentando
evitar y salir de esa situación un poco incómoda en que estábamos.
-
Ya lo sé… —traté de llorar falsamente, y
no llorar, en el hombro de Rocky.
-
¿Crees que deba irme en avión, autobús o
tren?
-
Depende…. Creo que si quieres ir más
cómodo y llegar más rápido te conviene mejor irte en el expreso de la
medianoche
-
¿Qué tal si vamos a mi habitación?—me
interrumpió Rocky.
-
Dale.
Rocky me llevó de la mano por toda la casa, hasta que por fin
aterrizamos en su cuarto, casi literalmente. Rocky me sentó en su cama y luego él
se sentó en su “silla de la inspiración”.
Me quedé pensando en lo que estaba sucediendo. No lograba
entender nada aparte de que Rocky se iría al día siguiente, a la capital, y
probablemente ahí conocería mucha gente mucho más importante que yo. Gente
rica, extranjeros; obviamente. ¡Oh no! ¡Rocky podría encontrar a otra chica;
una chica capitalina más guapa que yo!
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UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUh pobre TN. Nuestro gringo casi rubio está hiriendo mucho a TN. Pero lo peor es lo que viene a continuación. Riker estará muy activo.
Lamento no haber estado activa en estos últimos días. Es el último trimestre del año escolar y he tenido muchos trabajos del colegio. Pero ahora sí; ya solo quedan unos días más de noviembre, los exámenes y ya! prometo que de aquí hasta que se acabe el año habrá un capítulo cada semana.
No me alargo más porque tengo tareas que hacer.
Dejo este vídeo para quienes les haya gustado la canción de R5, I Know You Got Away, del nuevo álbum Sometime Last Night.
Y nos leemos la otra semana. ;)